Mientras esperaba algunos perrillos se me acercaron a saludar, es horroroso ver como se te acercan con una cara de entre pena y esperanza, mezcladas con algo de miedo. Si les das unos mimos se te pegan, contentos, aunque luego se te hace más difícil echarlos. Una vez les das la primera negativa te echan la última mirada y se alejan, supongo que eso del rechazo ya se lo conocen muy bien.
Me gustaría llevármelos a todos a mi casa, pero es imposible. Aunque ya no me atreví a preguntarlo supongo que la mayoría terminarán sacrificados, es triste, pero cada día les llegan nuevos perros y las instalaciones y el presupuesto no crecen en la misma medida. Lo único que puedo pensar es que hay 400 hijos de mala madre que debieran estar cuidando a sus mascotas y que las han abandonado, no puedo entenderlo, en serio que no puedo.
Mi perra no lo pasó mal, es una perra muy adaptable, ni siquiera se sintió especialmente contenta al verme, estaba muy emocionada con la aventura y el entorno, y quería aprobechar hasta el último segundo para explorar todo aquello. Otros no son así, conocí a un perro de un vecino que literalmente se murió de pena (se fue apagando poco a poco) cuando el hijo de dueño se mudó, cayó en una apatía total y poco a poco se dejó morir, no duró ni un año, y era un perrito relativamente jóven (de 5 o 6 años), era un pequinés muy simpático. Me pregunto cuantos de esos 400 perros están en esa situación.
Algún día este país evolucionará, espero, y quizá tengamos verdaderas leyes de protección de los animales y voluntad de cumplirlas, y digo leyes porque, como en muchas otras cosas, ya no confío en las personas.