Quizá por eso me sorprende también mucho el que ese tipo de actores y ese tipo de personajes no se valoren como es debido, que los grandes actores cómicos no consigan el reconocimiento de público y crítica hasta que cambian de registro y se ponen a hacer papeles dramáticos. Sucedió en su momento con Alfredo Landa, un enorme actor que durante su época de comedia de destape no mereció la atención de casi nadie, o también, más allá de nuestras fronteras, con Tom Hanks, que hasta que no hizo Filadelfia casi nadie pensó en él como un actor de primera línea.
Y sin embargo Tom Hanks es el protagonista de algunas de las mejores comedias adolescentes de la época dorada de ese tipo de películas, mediados de los años 80. Algunas de las cuales he tenido la oportunidad de volver a ver en la última semana, y la verdad es que me he cansado de reír, quizás mi percepción esté muy matizada por la nostalgia (un mal que me ataca a menudo) pero también tengo el convencimiento de la buena calidad de aquellas películas y de la gran capacidad de su protagonista.
He visto a Tom Hanks hacer el niño grande (como no creo que lo haya hecho nadie más) en BIG, me he desternillado con el burro drogadicto de Despedida de soltero, con las paranoias vecinales de No matarás al vecino y con esa excepcional absurdo que representa Esta casa es una ruina. Me falta por ver otros dos de los grandes clásicos 1 2 3 Splash y la que, de todas, recuerdo con más cariño (y que me resulta imposible de encontrar) El hombre del zapato rojo.
Me he cansado de reír con todo esto, una magnífica terapia ante las tensiones del cambio de empresa, y me he quedado satisfecho con la oportunidad de volver a disfrutar de aquel joven Hanks, el actor de comedia.