Era una perra tan vital que lo que sí me preocupó fue esa aparente apatía, había decidido llevarla al veterinario esta tarde.
Nada más llegar del trabajo me dijeron en casa que había vuelto, pero que estaba muy enferma, que apenas respiraba. Fui a verla y me la encontré ya muerta, junto a su boca un charco de bilis y sangre. Volvió a casa a morir con los suyos.
O la enfermedad que acabó con ella fue extraordinariamente virulenta, o, como suele pasar de vez en cuando, algún cazador dejó veneno en el monte para que los perros solitarios que les hacen la competencia con la caza muriese envenado, total ¿Qué más da que se mueran los perros de los demás si consigues cazar un par de conejos más?
Algún otro perro de mi casa, cuando yo era niño, murió envenado por el mismo método.
No tengo pruebas de que sea esa la causa, y no voy a hacerle una autopsia. Pero si ha sido envenenada... en estos momentos me trago mi lágrimas de rabia e impotencia, nadie pagará por mi perra muerta, en el fondo no sé siquiera si alguien debería pagar, quizás sólo necesito buscar algún culpable.
Lo que sé es que esta tarde he de llevarla a que incineren el cadáver. El cadaver de un ser al que adoraba.
No es justo, hace menos de diez meses que enterré a Akin, mi pastor alemán. No es justo que mis dos perros se hayan muerto, ambos jóvenes, tan seguido. ¡No es justo coño!
Adios amiga.
