En toda transvaloración es esencial el mantenimiento de las palabras que se intenta subvertir, ya que, si junto con el concepto también cambiasen éstas, dos realidades se mantendrían en paralelo de manera conflictiva, obstaculizando el avance del nuevo paradigma. El problema surge cuando dos mutaciones inconsistentes intentan operarse a la vez bajo idéntica máscara.
Actualmente la amalgama ideológica llamada "progresismo" comprende sendos extremos que a priori se plantean como irreconciliables, a saber:
a) La opinión de que el matrimonio es una sanción ulterior que nada añade al vínculo amoroso entre dos personas, y
b) La que aboga en favor de "matrimonializarlo" todo, a fin de que determinado estado de hecho adquiera una virtud y una función que la naturaleza le niega.
Contra esta Escila y esta Caribdis del pensamiento asistemático que hoy tildamos de "avance social" se pronuncia Hegel en sus Fundamentos de la filosofía del Derecho.
A propósito del primer punto escribe:
"Cuando la conclusión del matrimonio como tal, la solemnidad por la que se hace constar y se expresa que la esencia de la unión es algo ético que se eleva por encima de lo contingente del sentimiento y de la inclinación particular, se considera como una formalidad exterior y un mero precepto civil, este acto se reduce a un fin edificante y a la legalización de las relaciones civiles e incluso a no ser más que un elemento positivo arbitrario de un precepto civil o eclesiástico. Éste no sólo sería indiferente para la naturaleza del matrimonio, sino que, en la medida en que a causa del precepto el sentimiento deposita un valor en este acto formal y lo considera como condición previa de la recíproca entrega total, profanaría la disposición interior del amor y contrariaría como algo extraño la intimidad de la unión. Esta opinión, que pretende ofrecer el concepto más alto de la libertad, la intimidad y la realización del amor, niega por el contrario lo ético del amor, la más elevada inhibición y retracción del mero instinto natural, que ya aparece de un modo natural en la vergüenza y, en la conciencia espiritual más determinada, se eleva a la castidad y el recato. Con este criterio se rechaza la determinación ética que hace que la conciencia salga de su naturalidad y subjetividad y se recoja en el pensamiento de lo sustancial. De este modo, en lugar de reservarse siempre la contingencia y el aribitrio de la inclinación sensible, la unión se desprende de este arbitrio y, comprometiéndose ante los penates, se entrega a lo sustancial. El momento sensible queda así rebajado a momento condicionado a lo verdadero y a lo ético de la relación y al reconocimiento de la unión como unión ética. Son el descaro y el entendimiento que lo apoya los que no pueden aprender la naturaleza especulativa de la relación sustancial, con la que concuerdan sin embargo tanto el sentimiento ético incorrupto como las legislaciones de los pueblos cristianos".
Con respecto al segundo, y con providencial acierto, nos habla de la disolución anárquica que supone redefinir la célula familiar para propiciar su alteración en forma de agrupaciones o "comunas"; elementos estos que, cuando sustituyen el presupuesto biológico-moral de cualquier sociedad, se convierten en espacios donde cabe todo excepto el amor.
Leamos:
"Cuando se fundamenta el matrimonio mismo no en el derecho natural sino meramente en el instinto sexual y se lo considera como un contrato arbitrario, cuando se dan para la monogamia razones exteriores, tales como la relación física del número de hombres y mujeres, o cuando sólo se aducen sentimientos oscuros para la prohibición del matrimonio entre consanguíneos, lo que está en el fondo de estas opiniones es la representación corriente de un Estado natural, y de la naturalidad del derecho, y la falta del concepto de racionalidad y libertad".
Así, lejos de conllevar una "ampliación de derechos", ciertas quijotadas legislativas conducen a una desintegración del núcleo de los mismos para pasar a ocuparse de sus elementos superfluos. Semejantemente, una prenda que se estira para que admita cuarenta tallas más resulta inservible; y un vehículo en el que circulen diez personas es un peligro público.
Saludos.
Daniel.
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NB: Suprímase el anterior post para evitar la doble lectura.
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