Siendo cierto que existe el problema de los idiomas (en España, me refiero; todo el mundo da por hecho que si va a Francia es normal que el castellano no le sirva demasiado, pero dentro de toda España es oficial), mi experiencia, y la reflexión a que me lleva mi experiencia, es que raro es el que no puede solucionarse con buena voluntad. Y su corolario: los que no se solucionan es, en la casi totalidad de los casos, por la existencia de mala voluntad en alguna de las partes (o en todas).
Permítame, como siempre, unos ejemplos en plan contraposición.
1) Barcelona, zona Paseo de Gracia/Aragó. Busco algún lugar (no recuerdo cual) y paro a un señor que empujaba un carrito de mercancías, a punto de entrar en una ferretería en el cruce de las calles. Le pregunto, y me responde en catalán, compungido, que no sabe hablar español, que habla sólo catalán, y hace ademán de parar a otro viandante para que pudiese ayudarme. Lo paro y, hablándole despacio (e intentando chapurrear algo de catalán), que no se preocupe, que entiendo algo de catalán y que, si habla despacio, seguro que puedo entender su explicación. El señor me dedica una sonrisa de las que llegan al alma y, despacio, me orienta a la perfección sobre el camino que debía seguir. Le digo que he comprendido perfectamente, le doy las gracias, nos sonreimos, nos damos los buenos días y seguimos cada cual con su faena.
2) Con motivo de haber aprobado unas oposiciones a un cuerpo diferente al de enseñanza en el que trabajaba desde hacía unos años, voy a la Delegación de la Consellería de Educación a presentar los papeles de solicitud de excedencia. Me pasan con la Jefa de Personal, a la cual conocía. Charlamos, y me cuenta que está la mar de fastidiada por tener que resolver un expediente sancionador que tenía encima de su mesa. "En esta ocasión puedo ponerle la sanción mínima, un apercibimiento privado, con lo que todo queda en casa. Pero la próxima ya tengo que apercibirlo públicamente, y si la cosa sigue, en la tercera ya tengo que empezar con las suspensiones de empleo y sueldo, cosa que no me gustaría nada. Es todo tan estúpido...". Se trataba de un profesor. Daba clase en un instituto de la ciudad. El hombre había nacido y crecido fuera, pero había venido a Galicia por motivos familiares, ya talludito, en torno a 1980. Hacía poco había salido la normativa obligando a dar las clases en gallego, idioma que ese buen señor no sabía hablar aunque lo entendía perfectamente, hablado y escrito: de hecho había cursado con éxito los cursos organizados por la Consellería tras el traspaso de competencias en materia de educación. Pero era incapaz de hablarlo con una mínima fluidez. Me contaba la funcionaria que el hombre era un profesor excelente y muy querido por los alumnos, que había intentado dar las clases en gallego pero no era capaz; no sólo no podía elaborar un discurso mínimamente complejo, sino que incluso con el más simple se atascaba, trastabillaba, cometía errores, tartamudeaba... todo lo cual provocaba la hilaridad de sus alumnos, todos ellos castellanohablantes a la perfección (lo que no obsta a que también hablasen en gallego, algunos como idioma preferencial). El profesor no sólo sentía herida su dignidad por el cachondeo de los alumnos, sino que, sobre todo, veía que no era capaz de dar clases con un mínimo de calidad, lo cual redundaba en la ineficacia de su labor docente y, a la postre, convertía en absurdos sus esfuerzos por emplear el para él nuevo idioma. No hubo problema: los alumnos le dijeron que se dejase de coñas y diese las clases en castellano, que no había nadie que no lo entendiese a la pefección. Los alumnos, pero no los padres. Más exactamente, pero no un padre, talibán da galeguidade, que no dudó en denunciar al profesor ante la Consellería de Educación, exigiendo con la ley en la mano que dicho profesor fuese sancionado. De nada valieron las conversaciones de la administración, de la dirección del instituto, de los alumnos, con el Padre Salvapatrias: la ley es La Ley y punto. Sí, Y PUNTO, como el dictador que se va para Barranquilla, se va el caimán. Y en esas estaban: el profesor, que ya no volvería a cumplir los sesenta, deprimido y humillado. La Jefa de Personal fastidiada y dolida. Y yo perplejo, pensando que había escogido un buen momento para irme de la enseñanza evitando tener que llamarle hijo de puta a más de uno, porque seguro que hay más de uno, aunque creo y espero que sean pocos.
3) En la actualidad tengo cierta responsabilidad laboral en un centro de visita pública, al que acuden personas de muchos lugares de la Península (y de fuera de ella). Los carteles de explicación están en gallego. En el momento de su elaboración, anterior a mi entrada en ese centro, se cuidó que fuese un gallego fácilmente comprensible para los visitantes de fuera de Galicia. De hecho lo es, y tan sólo en muy raras ocasiones algún visitante requiere explicación o traducción de algún término o párrafo; la consulta suele terminar con un "¡claro! Es evidente, cómo no me di cuenta, perdone"; "no hay nada que perdonar, al contrario, muchas gracias a usted por el esfuerzo que hace para comprender nuestra lengua", es la contestación preceptiva, y todos tan contentos.
Con mucha más frecuencia, hay visitantes que, indignados y un tanto congestionados, requieren mi presencia para hacerme partícipe de su ira. Con cabreo nada disimulado dicen lo que pueden imaginarse: que es indignante, que parece mentira, que esto es España y en España se habla y se escribe español, que lo que aquí sucede es intolerable y no está dispuesto a tolerarlo, y que va a dar queja del establecimiento y de mí a las Máximas Instancias de la Unidad de Destino en lo Universal. "Lo comprendo perfectamente", digo, "pero el gallego es idioma cooficial, y la Xunta, ya sabe usted, con su presidente don Manuel Fraga Iribarne, han ordenado que los carteles estén en gallego, y...".
Por la reacción del cabreado ciudadano puedo asegurar que di en el clavo en todos los casos: se queda desconcertado, con los ojos muy abiertos, mueve el labio inferior como queriendo pronunciar alguna palabra, sacude la cabeza y se va, diciendo algunas veces "gracias, buenos días" o algo parecido, mientras pienso "adiós, HAL, y dale saludos a Dave".
Aunque esta tercera anécdota me parece más divertida, sin dudarlo me quedo con la primera.
|