
Ayer por fin lo encontré. 5000 años contemplan esa construcción ¿250 generaciones de seres humanos?
La gente que lo construyó seguramente vivía de recolectar y cazar, con toscas herramientas de piedra, pero probablemente estaban iniciando la transición hacia un estilo de vida más sedentario, quizás realizando sus primeros pasos en la agricultura y la ganadería. Se suele atribuir a los dólmenes funciones funerarias pero lo cierto es que se ignora su función. Puede que sean sepulcros, puede que sean lugares de culto religioso, puede que fuesen lugares de reunión.
Yo tampoco lo sé, evidentemente, pero la gente que construyó los dólmenes parecía ya apegada a su tierra, estaban lo bastante en un mismo lugar como para tomarse la molestia de realizar una primitiva construcción en vez de ir emigrando como al parecer hacían unos siglos atrás, siguiendo los lugares donde la caza abundaba. En cierto modo, eso les confiere el estatus de primeros pobladores de un territorio.
Siempre que miro tan atrás, no puedo más que imaginarme la vida en aquella época, durísima sin duda. Sin medicina, sin nada con lo que tratar un simple catarro o una infección de muelas. Con casas llenas de suciedad y humedad, saliendo cada mañana a cazar lo que buenamente se encontrase que sería más bien poco en invierno. Casándose cuando ya hay edad de procrear y muriendo muy jóvenes, antes de que mucha gente de hoy en día hayamos tenido hijos. Venerando a los ancianos porque en un mundo muy poco cambiante, toda la información acumulada en sus largas vidas es útil para la supervivencia del poblado; no como ahora que la información de los ancianos ya no sirve a los jóvenes porque el mundo ya no se parece, con lo que terminan arrinconados donde no estorban.
Me imagino al cazador neolítico con las pulsaciones disparadas ante la visión de un jabalí o un ciervo, sabiendo que si consigue la presa el poblado podrá comer durante muchos días, pero también consciente del riesgo que implica enfrentarse a una presa como ésa, y más con armas que no dejan de ser piedras raspadas a las que cuesta penetrar el duro cuero de esos animales. Me lo imagino con una pierna rota por una cornada, volviendo al poblado llorando de dolor y rabia porque sabe que, si sobrevive, será un fardo inútil para su gente porque ya nunca podrá volver a cazar.
Me imagino al cazador neolítico temblando de miedo porque la noche le ha sorprendido y los lobos aullan muy cerca de él, esos lobos de patas finas y dientes afilados, tan desesperados como él por conseguir carne para sus crías, y que lo observan a él como presa y como rival, lobos que lo derribarán y uno de ellos le dará una mortal dentellada en el cuello para acabar con su vida.
Pero me lo imagino también observando una puesta de sol en lo alto de una colina, contemplando un mar de robles que se extiende sin interrupción hasta donde alcanza la vista, con algunas finas líneas aquí y allá donde los riachuelos cambian la vegetación del bosque a olmos y abedules. O cantando y bailando feliz siguiendo una primitiva música de primitivos ritmos mientras busca con la mirada a la muchacha con la que desea tener sus hijos.
5000 años de historia contemplan esas pocas piedras que forman una tosca cabaña, hogar ahora de polvo y arañas, y lugar sin duda de importancia capital en la vida de aquellas gentes, 5000 años atrás.
Me sorprende el nulo interés que los gallegos prestamos a nuestra riqueza histórica. O mejor dicho, me entristece.
Sólo son una piedras, lo sé, pero tienen 5000 años. Que se dice pronto.