Durante un buen rato paseé en solitario -era el único cliente- por entre las estanterías, con mi carro al que no tuve que meterle moneda. Había una única chica, que estaba cambiando precios a cosas de la zona de carnes, entraba y salía de un despacho privado.
No había barreras para salir, ni máquinas que pitasen.
Cuando acabé de hacer la compra, la avisé y me vino a cobrar.
Llovía a cántaros, así que se ofreció a ayudarme a llevar las bolsas, le dije que no, que podía bien. Fue el inicio de una corta conversación sobre el tiempo y lo oscuro de los días. Corta porque yo iba con algo de prisa, desgraciadamente.
Mi coche estaba a dos metros de la puerta, salí un instante a abrirle las puertas con el mando a distancia y cargué con las bolsas. Ella sacó su paraguas y me tapó de la lluvia mientras metía las cosas en el asiento del copiloto.
Es un poco más caro que los supermercados donde yo suelo comprar, no mucho más. Pero fue muy agradable comprar en un sitio donde no se presupone que vas a robar, y donde te miran con preocupación cuando ven que fuera diluvia y tú vas a sacar bolsas hasta el coche.
Me habría gustado un mundo donde ese comportamiento fuese el normal.