Hacia el norte era territorio de pinos, era la salida natural hacia en centro neurálgico de la parroquia, donde estaba la iglesia (a la que iba los domingos) y la zona de bares. Por la noche había una zona donde no llegaba a haber ni una sóla luz, y por la que yo tenía que pasar, con mis pocos añitos pasé pánico una vez en aquel sitio ante el sonido de pisadas de algún perro, que en la oscuridad total en la que caminaba se trasformó en una jauría de lobos. A pesar de sentir auténtico terror, con el corazón palpitante, no eché a correr ni grité, con un punto de consciencia de que en realidad no había notado ningún peligro real.
Hacia el Oeste era zona de robles, mi zona de juegos favorita.
Cuando era niño, la civilización me había alcanzado sólo parcialmente, a mi alrededor había lugares 'salvajes', y todavía podías ver algún zorro, algunas ardillas, y se hablaba de gatos monteses, javalíes y lobos.
Entonces yo era un niño curioso, me encantaba ver cualquier paisaje nuevo, cualquier nueva loma, cualquier arboleda que no conocese (cuanto más anciana y decrépita más me gustaba). Y siempre me surgía el deseo de ir un paso más lejos y ver lo que había al otro lado.
Yo veía detalles increíbles donde los demás no veían nada... una pista serpenteante, un arco de ramas, cualquier cosa me fascinaba. Y tenía muchos lugares a mi alrededor para fascinarme.
Hoy venía hacia aquí en coche, y por alguna razón muchos de estos recuerdos han venido a mi memoria. Ahora hago más de ciento treinta kilómetros diarios en coche, pero el paisaje ya no me motiva, ya no me pregunto que hay tras cada colina, como será de cerca aquella pequeña arboleda. Me hago viejo y ahora ya sé que en todos lados ha sucedido lo que sucedió en mi casa, ahora hay casas alrededor de casi cada casa, el asfalto ha desplazado a los caminos de tierra, y las farolas lanzan luz allá donde hay algún ser humano. La gente aplaude con ganas todos esos adelantos.
Ahora ya sé que tras esa loma, habrá un par de chalets de algún urbanita que necesita espacio. Y que los paisajes de las postales no son algo que alguien encontró un día yéndose de caminata como encontraría otro si caminase por otro lado, sino algo que aparece en las guías turísticas y a donde has de ir a propósito, porque ya no existen lagos de montaña vírgenes que te encuentres sin querer. Si es bonito el ayuntamiento de turno lo habrá publicitado, esperando atraer dinero turístico.
Si algo queda de eso, queda muy lejos, no detrás de la siguiente loma.
Me siento como el Truman Burbank infante cuando dijo en clase que quería ser explorador, y su maestra le dijo que ya se conocía todo el mundo y nada quedaba por explorar.
Parece que la primavera me ha traído un pequeño ataque de melancolía, pero añoro los tiempos en que un paseo en bicicleta, con un bocadillo en una mochila, era una aventura inenarrable.