Por aquí he defendido, en otros ámbitos, la necesidad de tomar medidas de discriminación positiva a favor de las mujeres, por ejemplo en el ámbito laboral. Los argumentos en contra los he escuchado muchas veces, pero sigo creyendo que en este caso el fin justifica los medios: hay discriminación negativa, y no hay ningún método que funcione, que a mí se me ocurra, que combatirla con discriminación negativa.
¿Y en el tema de la violencia?
No, no me gusta. No me gusta. Creo que se podría haber redactado la ley de forma que el resultado fuese el mismo pero sin discriminación de ningún tipo.
Las razones que hacen que la agresión a una mujer sea una violencia de peor calibre que una pelea tabernaria son simples de entender: hay una dependencia afectiva (o ha habido), hay una dependencia económica, hay una dependencia social, y hay una diferente capacidad física. En la mayoría de los casos se cumplen todas las condiciones, en otros sólo algunas. Pues con poner esos factores como agravantes ya está, llegamos al mismo lado sin necesidad de tener que definir un crimen en función del sexo del agresor y el agredido.
Y de paso, no se discriminaría al hombre que es agredido por su mujer de la que depende.
Ni al viejo al que agrede su cuidadora.
Ni al niño al que apaliza el padre.
Violencias, todas ellas, igual de repugnantes y destructivas que la violencia de pareja, y que ahora mismo no gozan de la especial protección que al ley otorga a las mujeres.